Málaga año 2008

Datos personales

Torroxeño nacido en Antequera en 1940

COMIENZOS

En otro blog, dedicado a CITESA, escribí sobre mi paso por esta compañía y, una buena parte de mi existencia, ya quedó reflejada en el mismo.
Este blog fue idea de mi amigo y compañero Rafael Vertedor y, junto a él, figuran aportaciones de de Lorenzo Martínez, Angel Estévez, Florentino, José Outes y otros.
Ahora, quiero añadir otros aspectos y experiencias, al margen de mi vida laboral, aunque tantos años en esa compañía, me obliguen a referirme a los mismos, con algunos enlaces.
Mi marcha de esa empresa puede considerarse como punto de arranque para este blog, y desde aquí, llegar a su capítulo final:

Epilogo http://www.box.net/shared/4iuitb04kw

Los enlaces al resto de capítulos de Citesa figuran al margen del blog.

miércoles, 24 de diciembre de 2008

DURANTE LA TRANSICION

La década de los setenta fue protagonista de una de las etapas más cruciales de la historia reciente de España y que, hoy, conocemos como el periodo de la transición; un periodo jalonado, por una sucesión de hitos, que están, supongo, en el recuerdo de todos nosotros:
Las elecciones generales de 1977 registraron una alta participación de votantes, ávidos e ilusionados de democracia y libertad, aunque también confusos- al menos, yo lo creo así- ante el amplio espectro de partidos políticos, que concurrieron a las mismas. Hoy, muchos de esas opciones han desaparecido y, salvo los llamados partidos nacionalistas, han desembocado en un casi bipartidismo, habitual de muchas democracias.
Un año después, vio la luz nueva constitución, aprobada, primero, por las cortes y, luego, en referéndum por amplia mayoría, aunque sólo leída por muchos menos, en mi opinión.
Y España dejó de ser “una”, multiplicándose por diecisiete con el nacimiento de las autonomías, aunque siguió igual de “grande” y, sobre todo, ahora, era realmente “libre”. Aunque el 23 de Febrero de 1981 unos cuantos, tal vez nostálgicos de aquel lema del escudo de Franco, quisieron quitarnos esa libertad.
A través del prisma que me proporcionaba Citesa, donde transcurría una buena parte de mi actividad, la no despreciable cuota que su colectivo aportaba a la sociedad española me aportaba una visión de los cambios que, tanto en actitudes como en costumbres, se iban produciendo en el país:
Además de los nuevos sindicatos, en sustitución del antiguo jurado de empresa, afloraron numerosas personas- “de izquierdas de toda la vida”- que, hasta entonces, o permanecieron ocultas o, tal vez, ahora, se subían a la nueva corriente en boga. Quizás por revanchismo hacia el pasado, todavía cercano, los conceptos de izquierdas y derechas habían cambiado totalmente: el término de “rojo” fue sustituido por el de progresista y, si alguien apostaba por los partidos de derechas, era calificado como “facha” o “carca”, aunque no fuera afín a la dictadura. Aunque, de estos, también los había- todavía existen-, dentro de los llamados guerrilleros de Cristo Rey y otras facciones.
¿Y yo? ¿De que corriente era partidario yo? Ni lo sabían entonces, ni, probablemente, lo se ahora. Pero, tampoco, me escudaré en el caparazón de apolítico, en que muchos se refugian para evitar comprometerse: nadie puede ser ajeno a la política, cuando se forma parte de un reparto, singular y multitudinario, en una obra, dirigida por políticos, precisamente elegidos por nosotros. Sin embargo, tengo que confesar que me muevo más por la gestión de ellos, que por su ideología-todas tienen, a mi entender, sus luces y sus sombras- y, en función de eso, he votado por unos u otros. A fin de cuentas, en este nuevo sistema, en que vivimos, su permanencia en el poder tiene un límite de caducidad y, nosotros, la posibilidad de mover los hilos de la tramoya, al menos cada cuatro años. Tal vez en eso, resida lo más esencial de la democracia.
Definitivamente, no me considero, ni de izquierdas, ni de derechas. Pero tengo que confesar una cierta animadversión hacia la demagogia, en la que algunos políticos incurren, lo que, a fin de cuentas, utilizando esa argucia, para engañar al sector más llano del electorado, todavía resentido con el recuerdo de una época, ya superada, y conseguir su favor en las urnas.
Por aquel tiempo, yo trabajaba en Ingeniería Industrial y tenía, en otras, la responsabilidad del sistema de primas a la producción, por lo que, en cierta forma, estaba en el bando contrario al de los enlaces sindicales. Quizás por eso, se me identificaba de alguna forma como alguien más afín a la derecha. Sin embargo, mi relación con aquellos- al menos con los que anteponían el dialogo inteligente a la sinrazón- tengo que considerarlas como buenas. Desde aquí, quiero recordar a Fuencisla, que militaba en uno de los muchos partidos políticos-Bandera Roja creo que era su nombre-, hoy desaparecidos, y que no he vuelto a ver desde entonces y a Salvador Fernández de CCOO, que fue secretario del comité de empresa, con el que me he encontrado en una par de ocasiones y hasta nos hemos tomado una copa juntos.
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Yo también tuve mi particular transición:
Durante lo veranos de aquellos años, mi afición por la playa seguía imperecedera y me trasladaba alguno sábados o domingos a cualquiera de la muchas playas, más o menos cercanas, en el viejo coche, pero no era lo mismo: El regreso hacia Málaga, con el traje de baño, aún húmedo e impregnado de salitre, se me hacía penoso. Por esa razón, planifiqué mis vacaciones de Agosto hacia el mismo sitio, que tanto quise antes, donde me reencontré con un paisaje cambiado y masificado pero, también, descubrí algunos amigos, que, todavía, permanecen en los más entrañables rincones del recuerdo.
Un compañero de trabajo, Pepe Cotilla, me hablo de una finca (Santa Rosa), entre el Morche y el cruce de de Conejito con Torrox, que había sido remodelada en apartamentos de alquiler, y, en uno de ellos, pasamos las vacaciones de Agosto, durante dos años.
Pepe Cotilla trabajaba en Citesa, lo mismo que su mujer Pili- desgraciadamente, ella nos ha abandonado hace unos días- y pasaban, también, sus vacaciones en una casa, situada en la misma finca, donde vivía su padre y trabajaba como capatazaz de la misma. A partir de entonces, Pepe paso, de ser un compañero de trabajo, a ser un amigo, con el que pude pasar, junto a él y algunos de sus allegados, muchos ratos inolvidables.
Pasábamos la mañana en la playa o en la piscina-realmente, era una gran alberca para el regadío-, mientras Pepe se dedicaba a su gran afición, que no era otra- como sigue siendo-en el campo, matando el gusanillo en unos palmos de terrenos, que tenían entre Torrox y Nerja.
Atada con una correa, al borde la piscina, estaba Tula… Tula era una perra, de tamaño mediano y trazas de alguna raza cazadora, que tenía una especial predilección por mi hijo Alejandro y al que, desde que aparecía por el camino de acceso a la casa, con su gorrilla siempre al revés, saludaba con sonoros y alegre ladridos.
Al caer la tarde, junto con Pepe, su mujer y sus hermanas y cuñados, integrábamos una pandilla, que, después de dejar a David y Alejandro en la casa de sus “nuevos abuelos”, nos desplazábamos a cenar en algún pueblo de la comarca, como Salayonga, Frigiliana o Cómpeta; al merendero de Lagos o a una venta en la carretera de Algarrobo.
Después de dos años, abandoné ese lugar, como residencia de las vacaciones, para cambiarla por un apartamento de una urbanización (Torcasol), ubicada en primera línea de playa, justo enfrente de Santa Rosa, a la que acudía cada año, por Agosto, hasta que dejé de hacerlo en 1992, justo el año en que terminó mi estancia en Citesa. Entonces, la familia ya se había incrementado con Cristina y, además, o tal vez por eso, habíamos dejado nuestro primer piso de Málaga por otro mayor, en la Avenida de Andalucía, donde vivo actualmente.
La mayoría de de personas que pasaban el verano en esa urbanización procedían de Córdoba y, otros, de Alemania. Recuerdo, de estos últimos que pasaban la mayoría del tiempo bebiendo considerables cantidades de cerveza y brandy en alguno de los chiringuitos, que abandonaban, de vez en cuando, para refrescarse con alguna zambullida en el mar. Pero yo seguí frecuentando, después de la playa, el trato con mi antigua pandilla y haciendo las mismas excursiones por los mismos lugares de antes.
A lo largo de esos años, mis hijos habían crecido y, a bordo de una barca neumática, que teníamos, se alejaban en el mar y buceaban, tratando de sorprender y arponear alguna presa, mientras los demás nos quedábamos contemplado sus peripecias, sentados sobre una toalla en la arena caliente o sumergidos en el agua, desde una distancia prudencial a la orilla.
Pepe Cotilla, que también había abandonado Santa Rosa, pasaba el verano en una casa, que, que tenía en el Morche y, allí, pasábamos las primeras horas de la tarde jugando al póquer y planificando el plan de la noche. El grupo se había incrementado, por esos años, con la presencia de Antonio Lozano y su mujer y, esporádicamente, con otros compañeros del trabajo en Málaga.
Pero siempre rompía mi rutina, al menos una o dos veces, para subir a Torrox y visitar a mis tíos o acercarme a otra urbanización, en el mismo cruce de Conejito, donde mi prima Margarita tenía una tienda y una apartamento en uno de sus bloques. Tanto la playa como el pueblo habían cambiado, notablemente su fisonomía, pero, la visión de este último, me seguía produciendo la sensación agridulce de la añoranza a los pasados veranos de mi niñez. Y, allí, sentado alguno de sus balcones, observaba la nueva plaza, mientras charlaba con mi tía Margarita, que me recordaba algunos pasajes de mis antiguos veraneos.