Con mi marcha de de la fábrica, no sólo quedó atrás mi vida laboral, si no, también, los madrugones; ambiciones, que no siempre, se cumplieron; muchos amigos y costumbres y, sobre todo, la juventud. Todas estas cosas, irrepetibles, quedaron aparcadas en la cuneta de mis antiguos caminos. Entonces, yo recordé a otro de los poetas, que siempre había admirado; Antonio Machado –“caminante, no hay camino; se hace camino al andar”- y seguí caminando... Caminado por un sendero nuevo, inimaginable hasta entonces, pero que, ahora, tenía que crear, para proporcionarme nuevas ilusiones y dar un nuevo sentido a la vida, que me quedara por vivir.
Me vine del trabajo, prejubilado con una indemnización, que debía estirar, de la mejor forma posible, hasta mi jubilación definitiva en el año 2000 y, a ello, me dediqué, entre otras cosas. La mayoría de mis compañeros abandonaron Citesa, abrigados en la seguridad de un plan de pensiones. Yo, desestimé esa opción y preferí entrar en un mundo, todavía desconocido para mí, pero, indudablemente, de mayores riesgos y alicientes: el de la especulación en los mercados financieros.
Se abría una misión difícil, que debía prolongarse durante ocho largos años con los únicos ingresos, que me proporcionaría el desempleo durante los dos primeros y el probable pero inseguro rendimiento de la inversión del capital recibido. Frente a eso estaban los gastos de mantenimiento de una familia numerosa –todavía, contaba con tres hijos en edad escolar- y, naturalmente, los que yo mismo generaba, de los que nunca me privé. Y, en ese capítulo, tuve que añadir una aportación mensual a la Seguridad Social, para mantener mi futura pensión dentro de unos márgenes razonables.
Por entonces, continuaba con mi pasión por los ordenadores y, en ellos, me sumergí para elaborar un plan de subsistencia, mediante las herramientas- hoja de cálculo y base de datos- que me proporcionaban. Pero echaba de menos una mayor agilidad en mi toma decisiones y, cualquier compra o venta de valores, implicaba continuos desplazamientos al banco. Entonces, surgió, como solución, Internet; una solución que no aporté yo, precisamente, sino que lo hizo, por razones distintas, mi hijo Alejandro. ¿O, tal vez, fue David?...Eso, no lo recuerdo.
-Papa, ¿Por qué no te apuntas a Internet?- creo que fueron sus palabras.
Así lo hice y, desde entonces, tengo que confesar que, ese, fue uno de mis mejores “descubrimientos”. Hoy, esta red no solo me ha servido para el fin primario al el que la destiné durante aquellos años, sino que, también, me ha permitido, entre otras, hacer cosas como la que hago ahora mismo, despertando una antigua inclinación que siempre había cultivado, durante mis años de juventud.
No quiero achacar el razonable éxito de mi gestión a ninguna pericia en ese mundo bursátil. Tal vez fuera la intuición o, sobre todo, la suerte, las causas más probables de la culminación de esa aventura. Acerté a comprar y vender en momentos, que resultaron ser los más idóneos, pero que nadie me pregunte por que lo hice, porque no sabía responderlo. Lo más difícil fue la compra cerca de Fuengirola, de la casa de un italiano, al que mi mujer había conocido durante su trabajo en ese lugar de la costa y que, finalmente, abandonaría unos años más tarde. La situación económica de este hombre le hacía imposible afrontar los pagos de la hipoteca, por lo que, yo, subrogué la misma y firmamos una escritura de compra del inmueble, con la condición de dejarle el uso de la vivienda, hasta su muerte o regreso a Italia. Quizás fue mi pasión por el mar lo que se antepuso a los riesgos de esa inversión junto a la añadidura de gastos que representaba la operación, pero, finalmente, salí bien parado de la misma: hoy, está totalmente libre de cargas y, mi patrimonio se ha visto incrementado, aunque, en los tiempos de crisis, que corren ahora, no sabría valorar en que valor lo ha hecho.
El final de este periodo culminó en Enero del año 2000, con la percepción de la primera paga (aún, en pesetas) y con ello, desparecieron una buena parte de las dificultades que, ya, he descrito antes. Pero ¿qué fue lo más fácil de esa etapa? Sin lugar a ninguna duda, dejar de trabajar: la disposición de tiempo libre que, para algunos, representa un auténtico trauma, fue relativamente cómoda para mí.
A veces, alguno de mis antiguos compañeros me hacía, indefectiblemente, la misma pregunta.
-Antonio y, ahora, ¿estas haciendo algo?
-Si te refieres a un nuevo trabajo, ni lo tengo, ni lo busco, pero, hacer, si que hago… Hago lo que me apetece-era mi contestación, en la mayoría de los casos.
Levantarme cuando quiero, sin que ninguna obligación me lo imponga; dar largos paseos por las calles; sentarme en la terraza de una cafería en cualquier plaza de Málaga o acercarme hasta el puerto o el parque también es hacer algo. Al menos, yo así lo creo y, justamente eso, es lo que, antes no podía hacer.
Cuando dispones del tiempo, tienes una gran riqueza, si sabes llenarlo, o eres el ser más pobre del mundo, si no sabes hacerlo con cosas que pueden ser nimias, pero que, para una persona, tienen cierta trascendencia y que quiero reseñar en este capítulo de mi vida.
Además de lo que ya he dicho, hubo otros acontencimientos.
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Yo había tenido, desde niño, una especial predilección por los animales. Pero nunca los tuve, salvo un gato, en los remotos tiempos de mi primera casa en Antequera y otro, más reciente, que mi mujer trajo desde Fuengirola, cuando yo, todavía, trabajaba en Citesa. Gino, era un gato negro y lustroso, que ha convivido con nosotros hasta hace pocos años. Mis obligaciones solo me permitían, entonces, ese tipo de mascota que, por su carácter casero, resultaba el más apropiado para nuestras condiciones y, por eso, tuve que posponer la presencia de un perro –lo que, siempre, quise tener- hasta una mejor ocasión. Gino formó parte de la familia, hasta el punto que nos acompañó durante nuestras vacaciones en la costa de Torrox, a donde lo llevábamos en una voluminosa jaula, que compramos al respecto.
Antes, habíamos tenido un gorrión, que mi mujer había recogido en la calle. Gurri- ese era el nombre que le pusimos- se acostumbró a vivir con nosotros y, nosotros, con él. Entonces, teníamos, aún, la terraza sin cerrar y volaba, desde la misma, hasta un enorme eucalipto que se levantaba-hoy, todavía existe- enfrente de la casa y, luego lo hacía en sentido contrario para picotear el alpiste o beber el agua de , que le poníamos en una jaula, siempre abierta. A mi vuelta del trabajo, lo llamaba y le presentaba mi mano abierta, a la que acudía para posarse sobre uno de mis dedos.
La ocasión de tener un perro se presentó, como es fácil de imaginar, con mi marcha de la fábrica y apareció Krilim en nuestras vidas…
Krilim era menudo de carnes; pelaje corto de color canela, con manchas blancas en el vientre y, a modo de calcetines, en sus patas; orejas largas y delgadas; hocico afilado y prominente y nervioso, tanto en su comportamiento como en la mirada de sus ojos negros e inquisitivos.Se lo describí aun antiguo compañero del trabajo-aficionado a la caza-, y me dijo que, probamente, era de una raza, mezcla de podenco y pachón, conocida en Málaga por “garabito”.Hace tres años que ha muerto, pero su recuerdo nos acompaña y, una de sus últimas fotografías, se encuentra sobre la estantería de uno de los muebles del salón y tiene reservada una esquina de este blog.
A pesar de su edad- ya había cumplido los 16 años- Gino sobrevivió a mi perro y siguió en la casa, en compañía de otros dos gatos. Cuando se produjo su muerte, uno de ellos- de nombre Chindasvinto- permaneció junto a su cadaver, cubierto con una manta durante toda la noche en una sofá de la casa. Hoy, sólo prmanece con nosotros Sorbillas, el más joven de todos y al que, mi hijo David, recogió, abandonado y medio muerto, en una calle de Málaga. Tal vez por eso, siente una especial predilección por mi él y los sale a su encuentro en cuanto se produce su llegada y, luego, lo sigue por tda la casa.
Cualquiera que me lea, sabrá que, naturalmente, lloré la desaparición de padres y otros familiares. Pero lo que, tal vez, muchos no sepan es que, también, la muerte de estos animales, me hicieron derramar lagrimas.